Según el investigador en neurociencia Francisco Mora, la alegría es la base del aprendizaje. Con este principio básico de la enseñanza, mantiene que se puede aprender y memorizar mejor. Además, esto no sólo se puede aplicar a la educación básica o a la adolescencia, sino también a estudios universitarios, aquellos aplicados a la empresa o la investigación científica y en cualquier aspecto de la vida.
La neurociencia cognitiva, que estudia la función de cada área del cerebro, afirma que solo se aprende lo que implica algo diferente, se escapa de lo monótono y llama nuestra atención. Por tanto, esta última se activa cuando existe una novedad en el entorno y, en definitiva, nos produce emoción.
Hay emociones que influirán positivamente en nuestro aprendizaje, pero también existen otras que lo harán peligrar. La tristeza, el miedo o la cólera suponen obstáculos para que podamos desarrollar un proceso de aprendizaje de forma eficiente.
Por otro lado, toda emoción depende de su intensidad y en función de ésta se puede convertir en positiva o negativa. Un poco de ansiedad nos puede mantener motivados, pero si ésta es muy intensa puede llegar a transformarse en un miedo paralizante.
En este sentido, existen 4 fases en las que nuestras emociones pueden incidir en nuestro aprendizaje:
- La fase inicial que debe caracterizarse por la predisposición, motivación e interés.
- La fase intermedia en la que debe predominar la perseverancia y frecuencia.
- La fase de obstáculos donde debemos conocer el control de las dificultades y la frustración.
- La fase final que debe centrarse en el equilibrio emocional, en la validez de nuestros conocimientos y en su aplicación.
Os deseo que no perdáis el entusiasmo por aprender algo nuevo en el 2016 y que améis todo lo que hagáis.
Si no hay emoción, no existirá curiosidad, atención, aprendizaje ni memoria.