Aunque tendamos a proteger nuestros pies, especialmente cuando hace frío, debemos procurar dedicar un tiempo diario a caminar descalzos. Un gesto tan simple puede aportarnos grandes beneficios en todo nuestro organismo.
Mayor movilidad de las articulaciones interóseas
Para una buena estabilidad, debemos prestar especial atención a la base de sustentación. Nuestra altura es desproporcional en relación con el tamaño de nuestros pies, por lo que mantenemos el equilibrio gracias a que éstos son estructuras dinámicas que se adaptan a las diferentes superficies. Por tanto, conseguiremos una sustentación más segura y susceptible a los cambios con nuestros pies desnudos.
Si caminamos o incluso corremos sin calzado desarrollaremos más fuerza en los músculos de los pies, piernas y caderas. Esto se traduce en una mejor forma de andar, con más agilidad y equilibrio.
Mayor sensibilidad en las plantas de los pies
De este modo, generamos una mejor propiocepción, pero también evitamos la aparición de esguinces de tobillo y otras lesiones derivadas de la sobrecarga en los tejidos blandos. Además, esta señales propioceptivas nutren nuestro cerebro, sobre todo si caminamos con los pies totalmente desnudos, sin calcetines.
La planta del pie es una de las zonas del cuerpo con más terminaciones nerviosas relacionadas con el resto del organismo. Por eso, cuando andamos descalzos también favorecemos su funcionamiento normal, especialmente de los intestinos, la vejiga, el sistema nervioso y circulación sanguínea.
Acumulación de un depósito adiposo
En la planta del pie esto supone un mecanismo fisiológico que permite una gran amortiguación durante nuestro paso. Cuando nos calzamos, también anulamos el estímulo del suelo en esta zona, por lo que este depósito adiposo se reduce, pudiendo provocar dolor e incluso una pequeña artrosis.
Caminar descalzos es un hábito muy saludable del que os podéis beneficiar de manera muy fácil.